Llevo tiempo en el fango, arrastrando sentimientos por la tierra vieja que nos une. Mi piel, de carbón de azúcar teñido de cacao amargo, previene que mis vísceras ansiosas de marcha fúnebre triunfen en la espera. Poco tiempo hoy me concede. Me quedo claramente plantado en su horizonte cercano, con pintas de pre-joven africano de esos a los que robamos la vida para forjar nuestros queridos lujos inteligentes de bolsillo. Son ahora sus ojos la cueva que ha de darme de comer. En su mirada agreste, cobriza por los bordes decantada a universo en el centro, presiento derrumbamientos y, sin embargo, me lanzo valiente por el estrecho agujero, hambriento de un nuevo día. Cuanto más me adentro, percutiendo pico y pala hasta lo más hondo, más se estremecen sus muros, que no me impiden entrar, mientras intuyo cómo se pregunta: “¿Qué quiere?”. “No dejarte de mirar”, susurro mudo a través de mis propios ojos curiosos. Conmigo ahí dentro se le microcalla un momento el discurso exterior y percibo un sutil fruncimiento en su entrecejo atento; gestos que absorben con vigoroso ímpetu mi oxígeno, condenándome a la asfixia, en la abrumadora lentitud de un segundo épicamente intenso en que me envuelve la duda de si no fue muda mi respuesta sincera que, por su reacción, ha parecido escuchar. Me siento aliento del último pajarito en la mina, misionero mártir avisando a exploradores que ahí no se debería excavar. Justo antes de huir como de costumbre, me imagino un hilo de araña rojo, que habría de servirme de línea de vida en estos casos, y fantaseo con que sería ella quien lo habría instalado para ambos hace tiempo, desde mis ojos de esclavo africano a su mirada de coltán.

 

– Eqhes DaBit –
– 6, abril, 2024 –
– Zújar (Granada, España) –