Me ha empezado a doler ahí, a la altura del pecho. Ando preocupado, ya he compartido 48 horas con esa sensación tan desagradable y no mejoro. Es un dolor agudo en el lado izquierdo que se vuelve más pronunciado cuando respiro profundamente. He estado hablando con algunos familiares y me han comentado que mi abuelo José, el padre de mi madre, al que no conocí porque murió antes de nacer yo, también sufrió de algo parecido. Mi primo Marcos me ha dicho que cree que su muerte tuvo algo que ver con ese dolor. Mi madre dice que no, pero no sé si lo dice por consolarme. El caso es que nadie sabe exactamente de qué murió el abuelo José. Todos dicen que fue «muerte natural», pero cada uno elucubra sobre las posibles causas. Nunca fuí hipocondríaco, no quisiera obsesionarme con eso ahora; seguramente no hay ningún tipo de enfermedad hereditaria de la que preocuparse. Por otro lado, en Urgencias me han hecho un electrocardiograma y una auscultación y no han observado nada raro. El cardiólogo no me ha sabido explicar qué puede causar ese dolor, pero me ha sugerido que no me preocupe, que no parece que sea nada relacionado con el corazón. Dice el doctor que puede ser un dolor muscular indeterminado que seguramente desaparecerá en unos días. Que tome Ibuprofeno y si en una semana no se me pasa, que vuelva a verle. Habrá que creerle. De todos modos, después de pensar un rato en ello, me parece que ya he descubierto cuál es la raíz del problema. El dolor empezó de noche, cuando llegué de trabajar. La casa estaba fría y pese a tener hambre no me apetecía comer nada en aquél momento. Me senté en el sofá a oscuras y de repente me vino su recuerdo a la mente.

Solía empezar él. Yo me hacía el desganado. Se sentaba a mi lado, me metía un pedacito de chocolate blanco en la boca, se comía él otro, y me besaba tiernamente la oreja izquierda. Justo después me besaba también el cuello un par de veces o tres descendiendo levemente. Me resistía disimulando como si la televisión o el libro de turno me pareciesen más interesantes. Pero en cuanto se me sentaba en el regazo y empezaba a quitarme la camiseta me dejaba llevar, cómo no. Luego me tumbaba y antes de que el asunto fuese a mayores, me daba otro beso, esta vez en un lunar pequeñito que tengo sobre el pezón izquierdo. Acto seguido me miraba fijamente a los ojos, sonreía y convergíamos nuestras bocas en una sola, dulce y cremosa. Mientras, él pasaba el dedo pulgar de su mano derecha un par de veces con energía cubriendo tanto ese lunar que tanta gracia le hacía como el pezón, en una suerte de círculos pequeños.

Y justo ahí es donde me duele. Y más me duele cuando después de acordarme suspiro sin querer y me doy cuenta de que eso no debería volver a pasar. Llevo dos días pensando recursivamente en ello después de un mes de abstinencia. Creo que no voy a tomar Ibuprofeno; le voy a llamar de nuevo. A mi billetera no le cae bien y puede que a mi casero no le haga gracia saber que este mes también le pagaré tarde, aunque quizá en esta ocasión deje por pagar el teléfono, la letra del coche y algún otro servicio menor en lugar del alquiler del piso; ya lo decidiré mañana. Mi psicólogo dice que tengo que controlar esos encuentros si acaban perjudicando al resto de mi vida, pero seguro que estará de acuerdo conmigo en que me sentará mejor otra hora con el objeto de mi obsesión que una de las pastillas que me ha recomendado el médico de Urgencias. A fin de cuentas, le conviene que no me cure, no sé por qué se preocupa tanto por mis recaídas.

 

– Eqhes DaBit –
– 20, Febrero, 2014 –
– Sant Carles de la Ràpita (España) –