Se nota que les encanta recibir visitas. Y está claro que reciben muchas. En cuanto ha aparecido se ha iniciado todo un protocolo de bienvenida. Flores. Abrazos. Algo de música suave para acompañar. Enseguida se le ha acercado un hombre joven, de sonrisa templada permanente, y elegante, muy elegante, presentándose como su asistente personal. Le trata como si ya le conociera y a medida que va pasando el tiempo más verosímil se vuelve esa sensación. Le ha proporcionado ropa nueva, muy cómoda, perfecta para una estancia larga en un lugar cálido como ese. También le ha ofrecido un abundante surtido de comida y algo de beber. No ha rechazado la invitación. El viaje hasta ahí ha sido largo y le ha abierto el apetito. El asistente le ha recomendado disfrutar el momento. «No hay prisa», le ha aclarado.
Acabados los preliminares comienza el tiempo de las presentaciones. Primero unos viejos amigos. Luego algún famosillo. Finalmente el encuentro con el anfitrión. Todo a un ritmo suave sin igual, dedicando a cada instante el tiempo necesario. El «jefe», como le llaman por allí al que maneja el cotarro, le espera en medio de uno de los jardines del complejo. A simple vista parece uno más de los asistentes que acompañan a los nuevos del lugar, pero al mirarle a los ojos enseguida se intuye algo especial en él. No sólo inspira seguridad y confianza en sí mismo, tiene algo más. Tiene el control, lo sabe y le encanta hacer alarde de ello. Juega al despiste con los elementos del entorno haciendo aparecer y desaparecer plantas y animales, y también personas y cosas. Con cada chasquido de sus dedos un cambio. Con cada cambio, una frase susurrada al oído del visitante. El conjunto tiene swing. Resulta irresistible. Pasa el tiempo despacio con sabor a infinito. El «jefe» habla siempre con un tono de voz bajo y calmado como si la conversación tuviera que ser secreta, aunque no sea necesario. Curiosamente así consigue que el mensaje cale hondo, como cuando alguien cuenta a un confidente un profundo secreto. Y en cierto modo, lo que le cuenta realmente lo es.
Acabada la visita le dirigen sin remedio al destino sabiendo que una vez allí las respuestas a todas las preguntas se desvanecerán de nuevo. Puede que se repita la historia; puede que no. El «jefe» se compromete a desorientarlo a cada poco, como ya hizo en ocasiones anteriores. Él, inconscientemente sabio, se dejará llevar la mayor parte del tiempo. Si encuentra la clave que ahora conoce pero que enseguida olvidará puede que en la próxima ocasión no le devuelvan de nuevo al infierno.
– Eqhes DaBit –
– 12, Junio, 2014 –
– Sant Carles de la Ràpita (España) –
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