Arturo es un hombre joven que cree que la vida no le sonríe. Camina enfurruñado por el bosque. Una piedra se cruza en su camino y la aleja con una patada desganada. Esta sale rodando desplazándose unos metros más allá, a la par que se oye un quejido.
—¿Desde cuándo las rocas se quejan?
—Las rocas no se quejan, no sea ingenuo, muchacho. Pero mi casa ha sacudido y el golpe me ha dolido, que es muy pequeño el sitio. Podría andar usted con un poco más de cuidado…
Coge el chico la roca y se pone a acariciarla, mientras dice con tono burlón:
—Pobrecito, ¿se ha hecho daño el chiquitín? Ea ea ea…
De la piedra empieza a salir un humo blanco denso. Un silbido ensordecedor hace que Arturo suelte la piedra para taparse las orejas. El humo desaparece y un ser verde semitranslúcido, alto como un bloque de tres pisos, se planta frente al joven. El silbido se transforma en una suerte de canto de chifla, similar al que usan los afiladores de cuchillos en los pueblos para promocionar su negocio. Después de la familiar melodía, el ser articula unas palabras:
—¡Ha llegado el Hacedor! Vamos, muchacho, que ha llegado el Hacedor. Se conceden deseos, se materializan sueños. Toda clase de hechizos, uno por frotador. Vamos, muchacho, aproveche, que ha llegado el Hacedor.
El chaval, perplejo, ojiplático y con el culo a ras de suelo, se quita las manos de las orejas y comenta:
—No me jodas, estoy chiflado…
—Mire usted por dónde, al final haremos buen equipo: yo toco la chifla y usted está chiflado… jo jo jo… [Hace sonar la chifla de nuevo con su peculiar melodía.] Ha llegado el Hacedor, ¿qué desea mi señor? Se conceden deseos, se materializan sueños. Toda clase de hechizos, uno por frotador. Vamos, muchacho, aproveche, que ha llegado el Hacedor.
—Pero, ¿esto es en serio? ¿Los genios no vivís en lámparas maravillosas?
—¿Acaso viven todos los humanos en mansiones? ¿Va usted a juzgarme también por mi color? ¿No prefiere centrarse en pedir su deseo? Vamos, muchacho, aproveche, que…
—Ya, ya… «Ha llegado el Hacedor». Menudo nombre…
—Espero que sea tan hábil con su petición como con sus quejas. A diferencia de los genios de lámpara maravillosa, yo no tengo restricciones. Aunque fácil no resulta formularme un deseo, entre genios es reconocido mi ingenio para reinterpretar vuestros anhelos.
—O sea, que concedes lo que te da la gana.
—Ni mucho menos, listillo. Soy muy bueno en mi trabajo y con esmero lo hago, pero más esfuerzo supone a quien de mi magia requiere. Vamos, muchacho, aproveche, que…
—»Ha llegado el Hacedor»… Qué cansino, por favor…
—Su tono empieza a irritarme, pero es divertido observar que también se anima a rimar. ¿Qué deseo le place?
—Deseo…
—Cuidado con esa frase, en un error no se embarque. Con mi magia no bromeo, si la acaba, su deseo al instante se hacerá. Sea preciso, muchacho, no se arrepentirá.
—Mmmm… «Hacerá» no existe… Podrías haber dicho «al instante se hará».
—Observador, pero impreciso, pues ha de existir cualquier cosa si el Hacedor con esmero acomete su función.
—Ya veo de dónde viene tu fama de tramposo…
—De inGENIOso, más bien… Ya se lo dije… jo jo jo…
—¿Los genios sois todos humoristas?
—¿A caso es su deseo saberlo?
—Muy agudo…
—Solo intento ayudar, muchacho. Vamos… [Hace sonar la chifla de nuevo.]
—Deseo… Digo, me gustaría que dejes de hacer eso; es rallante y ensordecedor.
—Me veo obligado a repetirme, no parece que entienda mi función. ¿Cuál es el mayor deseo de su corazón? Todo se lo ofrezco: muerte, vida, amor… ¿Qué le llevó a patear mi piedra? Me huelo que por ahí va el tema… ¿Me equivoco, mi señor?
—La verdad es que no te equivocas. Hoy murió mi gran amor y ni siquiera pude despedirme.
—¿Una mujer?
—¡No! LA MUJER.
—Un clásico. La resucitamos, cómo no…
—Ya claro… Con tu chispa… Me la traes de muerta viviente…
—Pida bien su deseo y no se ha de arrepentir de que cumpla bien mi cometido al hacerla revivir. Venga, muchacho, ha llegado el Hacedor… Diga lo que desea y del resto me encargo yo…
—Deseo… Deseo…
—¡Bien, adelante!
—Deseo…
—¡Vamos, con ganas!
—¡Deseo que la mujer que más he querido en mi vida siga conmigo por siempre jamás!
—Música para mis oídos… [Suena la chifla, un humo blanco les rodea moviéndose en círculos y truena de fondo, mientras el genio pronuncia enérgico unas palabras.] Se conceden deseos, se materializan sueños. Toda clase de hechizos, uno por frotador. Vamos, muchacho, disfrute de su deseo, se lo ha concedido el Hacedor. [Se difumina la niebla y vuelve la calma al ambiente.]
—¿Dónde está?
—En su mente, como antes, nunca la olvidará.
—¡Me engañaste! ¡No me has concedido ningún deseo!
—[Con sonrisa de satisfecho timador, le responde.] Deseó algo que ya tiene, qué culpa tendré yo. Vamos, muchacho, disfrute de su deseo, se lo ha concedido el Hacedor.
Suena por última vez la chifla y se esfuman el genio y su piedra. Arturo, a punto de montar en cólera, hace una pausa y se resigna; en el fondo, el genio tiene razón. Él ama a su mujer y no dejará de hacerlo, del mismo modo que el recuerdo de lo que ella le hacía sentir -aquel amor y aquella felicidad- siempre estarán con él, en su memoria. Porque, aunque no sea lo mismo rememorar a alguien que tenerlo al lado, lo cierto es que los recuerdos no van a ningún lugar, viven en nuestra mente, por lo que no hay que sufrir su pérdida, y se puede acudir a ellos en cualquier momento para revivir sentimientos pasados. Así, lloró la pérdida de su mujer y, ya con el disgusto superado, disfrutó de su recuerdo.
– A Cristina C., que conoció al genio en persona y le plantó cara. –
– Eqhes DaBit –
– 15, Diciembre, 2020 –
– Sant Carles de la Ràpita (España) –
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