Ahí está de nuevo. Al oír abrirse la puerta es inevitable pensar que esta vez te va a tocar a ti. Llegamos muchos, como siempre. En salir de la fábrica ya sabemos nuestro destino; así ha sido durante generaciones. Quedamos ahora sólo unos pocos, menos de la mitad. Nuestros uniformes determinan también el tiempo que vamos a durar. Él los prefiere como yo, no cabe duda. Podría ser que haya venido a buscar otra cosa, pero suele ser metódico para estos asuntos, por lo que resultaría ingenuo pensar que no nos ande buscando a estas horas. Ese grado o dos de más me descompone. La verdad, preferiría que no se tome con tanta calma el escoger a uno de nosotros. No creo que sea tan difícil, sólo tiene tres opciones en este surtido y quedamos pocos. ¿Por qué ha de removernos a todos? Es lo peor. ¿Realmente es necesario rebuscar tanto? Nos hace dudar de si hoy cambiará de gusto, pero no suele darse el caso. Pocas veces se muestra creativo en ese aspecto. Lo malo de verdad, sea como sea, es que está claro que ahora me toca a mí; ya se ha decidido. En el fondo, quizá me ha hecho un favor. Me siento como el fugitivo que tras muchos años escondido es encontrado por quienes le han de juzgar por delitos que efectivamente ha cometido. Es duro vivir con la angustia de saber que en cualquier momento vas a ser capturado. Pero ya no cabe la sospecha. Ya no hay que suponer si hoy será o no el último día. La suerte está echada. Es un sentimiento extraño ese de saberse libre cuando dejas de serlo. Si fuéramos francos con nosotros mismos afirmaríamos sin titubear que no es cierto eso de que la ignorancia es la felicidad. No cabe felicidad en la incertidumbre. Aquí estoy, pues, aceptando mi destino entre sus tibios dedos. Ni siquiera me ha dado tiempo a despedirme. Aunque no recuerdo que lo hiciera antes ninguno de mis antiguos compañeros, me hubiera gustado disfrutar ese momento. Me ha sacado del envoltorio con cuidado, no sin antes darme un par de vueltas y leer con atención sus inscripciones, para asegurarse -supongo- de que la elección ha sido correcta como siempre. Me fundo rápido, pero aún así no se me come de una sola vez. Al parecer le gusta saborear nuestra cremosa composición buscando los diferentes matices de que están compuestos nuestros diminutos cuerpos. En cierto modo, parece que disfruta también jugando con nosotros. Un sólo bocado en una esquina, con la intensidad justa para que se note la mordedura, pero que no me rompa. Una foto donde se vea el resultado. Con una mano me sujeta, con la otra envía al mundo exterior la foto junto a un mensaje donde cita la marca de mi fabricante y una frase relacionada con ese nombre sacada de una enciclopedia virtual. La frase realmente no tiene nada que ver conmigo ni con el fabricante, sino con un dios nórdico, pero no parece que le importe. Sonríe satisfecho cual artista habiendo completado su obra. «Frey, ‘otorga paz y placer a los mortales'», he podido leer en la pantalla justo antes de acabar entero en su boca, triturado por sus dientes. Poco antes de acabarme de tragar me envía como compañero de celda los restos fundidos de chocolate con leche -antes, parte de mí- pegados en los dedos índice y pulgar de su mano izquierda, atajados en un par de lametazos furtivos.

 

– Eqhes DaBit –
– 18, Marzo, 2014 –
– Sant Carles de la Ràpita (España) –